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Sobrevolados


Traducido por Carlos Marcano

Por un momento, pudimos imaginar que las cosas serían diferentes este año. Ha sido una temporada muy buena para las divisiones centrales, en lo que respecta a visibilidad y poder estelar. Tarik Skubal parece abrumadoramente propenso a ganar su segundo Trofeo Cy Young consecutivo en la Liga Americana. En la primera mitad, Pete Crow-Armstrong parecía que podría ser el protagonista de 2025 para toda la Liga. En la segunda, los Brewers se encendieron (y se mantuvieron prendidos por más tiempo) más que cualquier otro equipo en todo el béisbol durante el año. La relevancia estuvo tentadoramente cerca de los 10 equipos que conforman la “zona minimizada” del béisbol. Sin embargo, una vez más, los eludió.

Una consecuencia de nuestra cultura deportiva irremediablemente obsesionada con los campeonatos es que, si no ganas la Serie Mundial, eres tratado como una especie de fracaso. Si ni siquiera apareces en la Serie, olvida el éxito o el fracaso: apenas exististe ese año. Si no llegaste a la Serie de Campeonato de la Liga (cuando, al menos, todos los juegos se disputan al final de la tarde o en la noche, y cuando las audiencias de televisión nacional comienzan a encontrarte), realmente no dejas una impresión en la mente de nadie. Tu y yo, querido lector, sabemos que no debemos enfocar el juego diario de primavera y verano de esta manera, juzgándolo por unos pocos juegos de exhibición dispersos en el otoño, pero somos una minoría terrible. Culpa a Michael Jordan, o a Tom Brady, o a los fulanos que gritan en la tele, pero de una forma u otra, este es el mundo en el que vivimos.

En este mundo, las divisiones centrales se han vuelto extraordinariamente irrelevantes en la conversación nacional sobre béisbol. Eso es porque, por nueve años consecutivos, todos esos 10 equipos se han ido a casa antes de la Serie Mundial. Ha habido un pequeño pero importante progreso últimamente, con los Brewers llegando a la NLCS este año y los Guardians llegando a la ALCS el año pasado, pero ninguno de los dos equipos tuvo una actuación muy sólida en esas series. Antes de ellos, el último equipo de cualquiera de los grupos Centrales en avanzar a la ronda de LCS fueron los Cardinals de 2019, quienes también tuvieron una pésima actuación, siendo barridos de forma contundente por los Nationals. En 2022 y 2023, combinados, solo un equipo de la Central (los Twins de 2023) llegó tan lejos como la Serie Divisional. Como implica el nombre de esa ronda, una división entera realmente no debería ser eliminada para cuando comienza, pero esa ha sido nuestra realidad.

No hay duda de que esta dinámica está alimentando la conversación (a menudo simplificada en exceso o distorsionada, pero ciertamente relevante) sobre el estado económico del juego y la inminente disputa laboral. Hay muchos fanáticos que sienten que los Brewers, Cardinals y Royals genuinamente no pueden mantener el ritmo del gasto agresivo de los Dodgers, Mets, Yankees y Phillies. Sin embargo, hay casi la misma cantidad que cree que los Pirates, Twins, White Sox y Cubs (cada uno a su manera) ejemplifican los verdaderos problemas con el equilibrio competitivo del deporte: que algunos propietarios no invierten en sus nóminas tanto como pueden y deben. Como suele ser el caso, cada lado tiene parte de razón, y está parcialmente (y obstinadamente) equivocado.

Jugar partidos de postemporada (especialmente en casa) se ha convertido en una fuente importante de ingresos extra, especialmente una vez que una serie supera el número mínimo de encuentros. Los Dodgers solo han jugado un partido más del mínimo en tres rondas, pero como fueron anfitriones en seis de los 10 juegos que han disputado (lo que significa seis juegos de estacionamiento, concesiones y ventas de mercancía, entre otras cosas), ya están quizás $20 millones de dólares mejor posicionados. Llegar a la postemporada deja a un equipo con más liquidez de cara a la temporada baja. Eleva su piso de ingresos para la siguiente temporada. Jugar hasta bien entrado octubre puede valer hasta $100 millones, si un equipo juega un puñado de juegos más allá del mínimo en rondas avanzadas (son los juegos más allá del mínimo por los cuales los propietarios obtienen y dividen la mayor parte de los ingresos de taquilla) y logra algo que resuena con su fanaticada de forma duradera.

El nuevo formato de postemporada no favorece explícitamente a los equipos de las divisiones este y oeste, pero en sus primeros años, vimos una influencia remanente significativa del formato anterior, que no daba el mismo valor agregado a terminar con uno de los dos mejores récords de la liga como lo hace el nuevo. Eso (además de las brechas inherentes en los ingresos basadas en el tamaño de los mercados) llevó a más cupos de postemporada para los equipos de las divisiones este y oeste, y a avances más profundos de esos equipos. Se inició un ciclo de retroalimentación. Los ricos se han vuelto más ricos, mientras que los pobres se vuelven más pobres.

La transferencia real de riqueza creada por unos pocos juegos de postemporada adicionales (y unos pocos millones de dólares extra de playoffs) fluyendo hacia las costas tiene un impacto relativamente bajo, pero debido a que los fanáticos (en todos los niveles de seriedad, pero especialmente ese fanático casual que gasta libremente, cuya demanda por el producto es más elástica que la mayoría) asignan tanto peso a la postemporada, se crea un efecto de bola de nieve. Hay una diferencia real en el poder de ganancia (y, por lo tanto, de gasto) entre los que “tienen” playoffs y los que “no tienen”, pero eso significa que hay una tremenda oportunidad para un equipo de la central si puede abrirse paso y convertirse en un jugador perenne en la segunda mitad de octubre también. No es una excusa para no gastar; debería ser un incentivo para gastar más agresivamente de lo que lo hace cualquiera en las centrales.

Mientras tanto, sin embargo, existe una sensación de desigualdad y desequilibrio fundamental entre los contendientes de cada costa (más Texas) y los del centro del país, una que no es del todo justa para este último grupo de equipos, ni para sus fanáticos. Para demasiados aficionados del béisbol y expertos de fútbol americano que opinan en ESPN, parecerá que la gran temporada de los Brewers fue solo cuestión de beneficiarse de una competencia débil; que Skubal no estará realmente jugando con los grandes hasta que sea cambiado a los Mets o a los Dodgers; y que la temporada de resurgimiento de Byron Buxton no importó. Seguiremos teniendo pequeñas discusiones tontas sobre si José Ramírez está subestimado, porque para un número desafortunado de observadores, las 190 apariciones en el plato de Ramírez en postemporada no cuentan.

La Serie Mundial nació como una exhibición para aumentar la difusión. Tuvo sentido dejarla madurar, durante las siguientes décadas, hasta convertirla en un enfrentamiento definitorio por un campeonato significativo. Ahora, sin embargo, es la fase final de un torneo de cuatro niveles, añadido al final de una temporada regular casi ocho veces más larga que la duración máxima del recorrido de un equipo por los playoffs. Nunca ha tenido menos sentido convertir la Serie en el alfa y el omega, pero en eso se ha convertido. Para dos divisiones enteras que han sido excluidas de esa vitrina durante nueve años consecutivos, eso es más que una mala noticia: es una crisis existencial.

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